Soy mujer, trabajadora y desde hace casi un par de años sindicalista.
Pero no quiero hablaros de mí. Hace unos meses llegó una noticia a mis manos y HOY quería compartirla con todas y todos los que querías leerme.
Ella se llama Konstantina Kuneva, es búlgara y trabajaba como historiadora en su país de origen, pero emigró a Grecia porque las cosas no le iban bien y necesitaba dinero para pagar un tratamiento médico de su hijo. Cuando llegó a Grecia tuvo que trabajar de limpiadora.
Participó en actividades sindicales que exigían derechos básicos para los trabajadores inmigrantes, y finalmente se convirtió en Secretaria General del Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores Domésticos y de la Limpieza de Ática. Denunció en muchas ocasiones las malas prácticas utilizadas por los empresarios y que, según informes, suponían una clara explotación de los trabajadores y trabajadoras.
Konstantina recibió amenazas telefónicas anónimas ya que comenzaba a ser molesta su insistencia como activista sindical en la reclamación de los derechos que exigía para sus compañeras y compañeros. Todo terminó con un acto cruel y bárbaro ya que dos sicarios le arrojaron ácido sulfúrico a la cara produciéndola graves quemaduras. Necesitó varias operaciones para poder reconstruir su cara, además de los daños ocasionados en sus cuerdas vocales y tráquea y de haber perdido la visión de un ojo y prácticamente la del otro.
Se abrió una investigación criminal que no fue ni exhaustiva ni objetiva, y que se centró más en la vida privada de Konstantina, que no es relevante, y no en su actividad sindical como el posible motivo del ataque.